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Tú y el paracetamol de madrugada

Foto del escritor: Jesús V. AlcázarJesús V. Alcázar


La pasada noche fue horrible. Una espesa y pesada noche diría yo. Como de costumbre -pues ya nos conocemos mi cuerpo y yo-, en temporada de exámenes se nos des-regulan los ritmos circadianos y por noche es cuando soy persona y puedo estudiar. La pasada, parecía una más; empiezas a estudiar, te vas cansando, te tomas un red bull (mekk!!) para aguantar más y sigues con la oratoria. Continúas hasta que ya a las 06:00 am tus ojitos se van con Morpheo y obviamente, les acompañas.


Todo bien. Hasta que a la hora siguiente te despiertas sobresaltado de un sueño donde unos perros querían morderte. Mis sueños y yo, un trauma de la infancia en este caso.

Bien, simplemente una pesadilla.

Vuelves a cerrar los ojos y compruebas que tu cuerpo está entrando en una fase distinta a la del sueño, pues se te está empezando a descomponer, la cabeza te da vueltas, te cuesta respirar, un luchador de sumo se sienta en tu pecho y en tus extremidades se están colando unas simpáticas hormiguitas que a corto plazo te duermen tus piernas y brazos.

Bien, aquí ya las cosas no van bien.


Te despiertas sobresaltado, te levantas, el suelo parece una montaña rusa de DisneyLand París, te miras al espejo y pareces una mezcla entre Cásper y Özil (este último por las ojeras) y se te ocurre recorrer el largo (¿largo?) trecho hasta la cocina para ver qué haces.

Ahí te preguntas que por qué has ido a la cocina y has encendido todas las luces del mini pisito. Pero ahí estás, medio mareado en frente de la encimera.

Vuelves a recorrer el inmenso (¿Inmenso? ¿Seguro que estoy en mi piso?) trayecto hasta tu habitación, te sientas en la cama pensando que te quedan “3 telediarios” y tu brillante pero tullido cerebro se pone a recordar: centrémonos, en estos casos, ¿Qué me haría mi mami?. ¡Buas! ¡Mierda! ¡Cómo la hecho de menos!.


Avanzan los segundos y tu cerebro, que ahora está en modo muñequito naranja (ausente), sigue teniendo lúcidos pensamientos y recuerda que estás estudiando medicina y que te diagnostiques (craso error). Te tomas el pulso, está bien. Te miras las conjuntivas y las pupilas -¿Dónde están?-, te intentas tomar la tensión - ¡ups! ¡Si eso es lo que se mide con el aparatito ese de inflar globos!- y luego piensas, ¿me estaré quedando sin azúcar? ¿Me estaré muriendo? ¿Próximo infarto?.... ¡Maldito cerebro!


Te tranquilizas, llamas a tu chica (que la pobre estaría soñando que Dani Martin la llevaba de la mano) por eso de que si me pasa algo, que no me encuentren muy tarde y con el cuerpo en avanzado estado de descomposición, le cuentas toda la función de teatro, te sugiere que son nervios por los exámenes (y tú dices, esta chica sabe más que yo de medicina ¡cáspita!) y más o menos la excursión por la montaña rusa de DisneyLand va llegando a su fin.


La pasada noche (que os he contado en modo humorístico, pero que yo me asusté), me ha servido para ver que ya no soy un niño, sí, suena duro, pero es verdad. Que como dice la canción, “que ya no hay papa y ya no hay mama, sólo un gelocatil de madrugada”, pues, los mimos y la sabiduría de tu madre ya no están y simplemente tú solito debes de cuidarte, y más aún cuando vives solo.


¡Bienvenida mi querida siguiente etapa!

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