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  • Foto del escritorDr.Desastre

¡¿Dónde están las sillas?!



¿Quién había dicho que los estudiantes de medicina sólo creábamos peligro? Totalmente falso, nosotros también tenemos infinidad de contratiempos y riesgos por los que tenemos que pasar como campeones y en esta historia se demuestra.


Estaba en tercero de medicina, ese año fue el traslado desde mi otra universidad (Lleida) a la facultad de Murcia, y claro, uno quiere empezar con buen pie y más aún si las primeras prácticas son las de cirugía, pues tenía muchísimas ganas de entrar ya en un quirófano. Como decía, estaba en mis primeros días de adaptación, esa fase en la que no sabes si lo blanco es blanco o lo negro es negro y eso evidentemente, te hace estar un pelín torpe. Aquella mañana la recuerdo como una de las que con más entusiasmo me he levantado de mi vida, empezaban las prácticas de introducción a la cirugía y la intriga me llevaba en volandas al hospital. Tantas ganas por llegar tenía que ni desayuné (quedaos con este dato, parece que no, pero es importante).

Nos juntaron a nuestro grupo para presentarnos la semana de prácticas y repartirnos en subgrupos de 2 para no masificar cada quirófano ya que, hay que recordar que nosotros somos una especie de parásitos semanales del médico que nos toque, y tampoco es plan de molestar demasiado con nuestra presencia. Sin más dilación, nos fueron nombrando y cual fue mi sorpresa, que desde aquella misma mañana íbamos a entrar en quirófano.  Sin más nos fuimos a los vestuarios a vestirnos de hombrecillos y mujercillas verdes para poder entrar en tan ansiada sala.


A nosotros nos tocó en neurocirugía.  Para que os hagáis una idea, el primer día entramos en el quirófano en el que se hacen operaciones de las más complicadas, pero bueno, como se suele decir, ya que vamos, vamos a lo grande!. Allá nos presentamos y llegamos justo en el momento en el que el cirujano se disponía a empezar a abrir el cráneo. Los ojos como platos tenía, había pasado de no haber visto nunca una operación a ver cómo pueden abrir nuestra dura cabeza y acceder al cerebro (tumor en el cerebro tenía este paciente, no recuerdo de qué tipo). Pasados unos minutos, quitó el hueso y casi se podía ver claramente ya el cerebro (o los sesos coloquialmente hablando), mis globos oculares en este momento ya se salían de sus órbitas. Tan abiertos estaban que empecé a ver borroso, sí, estaba empezando a ver todo empañado, puntitos en el aire, las cosas moverse de su sitio sin explicación...en definitiva, me estaba empezando a dar un mareo como pocos en mi vida! Inteligente de mí, pensé, si cierro los ojos, no veré todo dar vueltas y quizás se me pase, craso error. El mareo fue a más, las piernas ya casi me temblaban cuando de repente escuché una vocecita a lo lejos que me preguntaba si estaba mareado, a lo que yo contesté -no sé cómo- Sí!!. Era la enfermera asistente a la operación. Después me dijo:

Mira, enfrente tuya tienes dos sillas, corre y siéntate antes de que te caigas!

Allá que fui yo, veía como cuando ves por una rendija entre unas vayas, o cuando te han puesto delante de tus ojos un gran foco blanco que te impide ver con certeza. Sería para haberme grabado, iba dando bandazos de un lado a otro hasta que ya no pude más y pregunté otra vez:

- Perdón, pero es que no las veo, ¿¡Dónde están!?

- Déjate caer, las tienes justo detrás! -contestó apresuradamente la enfermera-.


Os podéis imaginar, caí desplomado, aliviado por no haberme abierto la crisma contra el suelo. Pasados unos minutos, otra enfermera que andaba por allí me acompañó al antequirófano, donde había bombones y zumo, ya que, recordad, listo de mí no había desayunado aquella feliz mañana y muy probablemente la tensión si que se me calló al suelo después de ver aquel espectáculo. Eso sí, me atiborré a bombones Nestlé Caja Roja y con aquel “chute” de glucosa volví a aquella sala para afrontar el resto de la operación como un campeón!


Para los más curiosos, ya no me volví a marear más aquella mañana y en ningún quirófano más. Bueno, existe un “pero”, aunque esa será otra historia! Jeje.

Moraleja: a los estudiantes de medicina también les peligra su integridad, aunque viendo lo que algunos provocan a los pacientes (¡¡ Uuyy, Perdón !!), estamos en un estado de equilibrio continuo: creamos y recibimos riesgos!
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