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  • Foto del escritorDr.Desastre

Habitación 529



- ¡Espere espere señor! -tú con la hora pegada al culo, como siempre- Muchas gracias, planta 2 por favor.


- A la 2 vamos, hijo. ¿Ya hace frío aquí en León eh?


Un hombre, de unos 70 y medios años, baja estatura. Vestía de chaqueta marrón, de esas que abrigan a la antigua usanza, con una o dos tallas de más. Pantalones verdes, de olvidada pana, bombachos. Botines marrones, que seguramente vivieron tiempos mejores. Colmaba el atuendo una entrañable boina también marrón, de esas con cuadritos de rayas dobles a juego, enternece. Gesto amable, empático, atento, con mirada cálida, perdida en los rincones del ascensor, algo preocupada dije yo.


La mañana circulaba. Yo descubriendo los entresijos de la planta de nefrología, y a la vez intentando conocer a todos los pacientes. Sí, la primera semana en la que estás en un servicio nuevo, digamos que...tu flamante "L" de la parte trasera de la bata, luce más que nunca, grande, brillante con luces de neón. Resumiendo, una especie de pardillo.

Habitación 529. La siguiente.


- ¡Buenos días! ¿Qué tal se encuentra Evelina? -Me encanta hacer esto-.

- Buenos días hijo...pues mira, regular -Voz plañidera, gesto tierno a la par que cansado-.

Me percato de que no estábamos solos en la habitación. Había alguien en el baño. Al instante se abre la puerta y, ¿Adivináis? El ancianín de la boina entrañable era el marido de mi paciente. Curioso. Por supuesto, ya me presenté formalmente, Daniel se llamaba.

Avanzó hasta el borde de la cama y se sentó al lado de Evelina, acto seguido su mano derecha abrazaba la palma de la mano izquierda de ella, al instante, la mano izquierda de él acariciaba el dorso de la de ella.


- Algo no va bien doctor, no veo que mejore...- No era un reproche, era un atisbo de lo que decía su mirada en el ascensor, sólo estaba preocupado-.

La verdad es que en estos meses en León, he podido ver a muchos ancianos en el hospital, con sus respectivas familias. Maridos, esposas, hijos, nietos, hermanas, hermanos...cualquiera, he visto gestos de complicidad, de cariño, de amor, de anhelo, pero, me llamó la atención todo de esta pareja.  Se miraban con ahínco, él le besaba la mano a ella, le temblaban las manos cuando le acariciaba, le preguntaba si le dolía algo más, le imploraba que me lo dijera, me decía que cómo estaban los análisis, si se vio algo en la radiografía, que cuál era el plan...todo con un tono de voz cálido, amable, dulce incluso. Volvía a acariciarle. Volvía a mirarla con gesto de preocupación.


No pude esperar más.

- Cuénteme Evelina, ¿Cuántos años llevan juntos?

- ¡Uuuuuyyy hijo! Toda una vida, desde los 14 años...-esas entonaciones y expresiones de las abuelas-.

- ¿Cuál es el secreto? -la eterna pregunta-.

- Quererse mucho y comprenderse, hijo.

Se miraron. Ella se sonrió y le quitó la cara con gesto suave pero firme a Daniel.


Os admiro.


Al día siguiente, volví a la habitación 529. Sólo estaba Evelina, pues Daniel marchó a casa a por unos enseres. Ahora fui yo quien se sentó en el borde de la cama, quería saber más. No hizo falta mucho para que ella me contara toda una novela sobre ellos, ya sabéis, las personas mayores guardan miles de historias deseosas de ser contadas. Me comentó que al principio sus padres no querían que estuvieran juntos y él saltaba el muro de su casa para verla, que se enfrentó a su padre...él lo tenía claro. Y más actualmente, me contó su anterior ingreso en el hospital, estuvo 3 meses, que creía que no iba a salir de "esa". Se deprimió, echaba de menos su casa, sus nietos, su rinconcito, sus gallinas, su patio...pero que Daniel y sólo Daniel la ayudó a salir hacia adelante. Me contó que se tiró día a día durante esos 3 meses con ella en la habitación, que por las noches dormía en la mecedora (sí, de esas típicas e incómodas hospitalarias) o por contra, que no dormía, sólo pendiente de sus posibles quejidos de dolor. Por más que enfermería le decía que marchase a descansar, él no marchó.


Nunca marchó.

Y así toda una vida.


La verdad es que hasta ahora, mi personal idea sobre el romanticismo sólo estaba definida en mi cabeza, sólo era producto de mi imaginación, intangible, surrealista según algunos...pero con Evelina y Daniel te das cuenta de que existe, de que se puede.

Transgredir, desvivirse, desafiar, darlo todo por ese alguien. Que no se acabe la famosa llama, que siga dando calor, que calcine aún más. Un por fin, sin que sobre el por.


Lo sé, existe.

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