Eterno debate el que voy a abrir con esta historia, pero, pretendo escribir sobre cosas que me suceden, y esta es una de ellas.
Como algunos sabéis, en todo hospital existe la típica cafetería donde ponen de todo lo que te puedas imaginar, y tienes que ir pasando con tu bandejita y decirle al camarero/a de turno lo que quieres que te ponga de comer. El año pasado en las prácticas, todas las mañanas íbamos a la cafetería de nuestro hospital, nos hacían descuento y salía barato desayunar. En tal establecimiento, podían asistir tanto los médicos (que van con sus batas, igual que muchas veces nosotros) y las visitas de los pacientes, es decir, no era sólo para el personal sanitario. Así que, en las filas que se formaban delante del mostrador, podías tener al lado tanto a un doctor como a la madre de la paciente a la que estás tratando. Un día de estos de los que te apetece observar y “estudiar” a todos los que te rodean, te das cuenta, que no todos medimos de la misma forma. Me explico.
Una de esas mañanas (muy observador yo) me llamó la atención cómo una de las camareras de la cafetería tenía formas diferentes de “tratar” o “atender” a la clientela. Por una parte, sus formas ante los médicos eran exquisitas, mas o menos así:
Buenos días!
¿Qué le apetece tomar hoy?
Muy bien, ahora mismo se lo pongo, no se preocupe.
Aquí tiene, que tenga usted un buen provecho!
La verdad es que me encanta llegar a un sitio público y que el personal en cuestión hable con educación, amabilidad y mucha atención (¿A quién no le agrada eso?), así que, mentalmente, me agradó tal ambiente de simpatía. Pero, cuando a aquella camarera le tocó tratar al siguiente cliente (no era médico ni pertenecía al personal sanitario) su carácter cambió radicalmente, tal que así:
¿Qué quieres?
Sí, ya está, después le contestaba el cliente con lo que quería tomar y ella se daba la vuelta, lo cogía, se lo ofrecía y adiós muy buenas (es una forma de hablar, tampoco el “buenos días” ni el “adiós” lo escuché). Pensé que quizás conocía al médico que había atendido anteriormente, pero pude comprobar, que cuando llegó mi turno sus formas de nuevo cambiaron y me trató con una amabilidad que ciertamente eché en falta con el cliente que estaba delante mía. Os puedo asegurar que yo no la conocía de nada y aquel día, yo también iba con la bata..
Aquello simplemente me llamó la atención, pensé que era cuestión de la personalidad de esa camarera, pero, como he mencionado antes, casi todas las mañanas iba por allí y pude comprobar que a todo el personal de la cafetería le sucede lo mismo. Incluso, en una ocasión mis compañeros y yo íbamos sin bata, vestidos de calle, y las formas de tratarnos cambiaron con respecto al día anterior, que casualmente adivinad, sí llevábamos la mágica prenda blanca.
Todo aquello no pasó de una mera anécdota, eso sí, que no te deja de sorprender y a la vez te crea sentimiento de antipatía por aquel personal, ya que creo que todo el mundo se merece el mismo trato de cordialidad, independientemente del trabajo que tengas o de las prendas de vestir que lleves. En la carrera, siempre nos han dicho que la bata la tenemos que llevar, para diferenciarnos de los pacientes, por higiene, en resumen, para que la gente sepa que somos médicos, pero no creía que podía dar tanto “respeto” (no sé si esa es la palabra) el llevar este atuendo.
Pero, esa anécdota, ayer la volví a revivir (por ello hoy lo escribo) más directamente y con otro camarero diferente al de mi historia. Veréis, delante mía, un médico del hospital (con su bata) y justo detrás yo, vestido de calle. ¿Cómo creéis que trató a ambos?
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